Por ÁLVARO RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ

Este muerto parece no interesarle a la justicia. A Colombia. Ni siquiera a Risaralda y a Pereira. Ni a la propia justicia que lo tiene en el olvido.
16 de agosto de 1989.
Cuando nuestra Patria, se caía a pedazos por incursiones turbias de los nuevos dueños del país. Del sicario. Del crimen que silencia y sentencia. De la mafia en todo su esplendor.
Todos los ataques que incluso la familia del Magistrado Carlos Ernesto Valencia García, hiciese que se exiliara en Guatemala. Algo iba a suceder.
El recuerdo reciente, el impacto para el entonces, de la criminal acción de la Toma del Palacio de Justicia, “donde sus grandes amigos fueron asesinados en un baño”.
Su familia, describió que “mi tío Carlos, después que pasó eso, no se pudo recuperar”.
El asesinato de Carlos Valencia García, el Magistrado del Tribunal Superior de Bogotá, que estaba “señalado” por sus acciones judiciales en derecho. Donde actuó “con la decisión más justa. Lo que correspondía. Lo que era”.
Murió por “su amor y respeto por la justicia”.
Al que “le llegan todos los casos difíciles”.
Ojalá, como lo describió Ana María Cano, la viuda de Guillermo Cano, en una carta a María Luisa, la viuda del magistrado Valencia: que hoy a estos niños y adolescentes que lloran la muerte de sus padres, hereden su coraje para crear un mejor porvenir.
Fue un juez independiente. Defendió el Estado de Derecho.
En ese cargo relevó al ex también inmolado candidato presidencial de la UP, Jaime Pardo Leal.
Su familia se reunió en Pereira, en un simbólico acto narrado en una obra de teatro. Relato contra el olvido.
Los muertos del olvido de este ejemplar ser humano. De alegría y no olvido. De vida dentro de una narrativa humana, muy humana, de fotografías de infancia y en familia de ayer. De narrativas de ira, pero a las vez de retos.
El juez en Santa Rosa, el habitante del barrio El Jardín, el hombre que se fue a Alemania, el que estuvo en otros lugares de Colombia y el exterior. Que fue expulsado del Deogracias y que le permitió concluir su bachillerato en La Salle y de manera posterior graduarse de abogado en el Externado, donde sacó “matrícula de honor”.
Hoy recuerdo, a los más de 1.200 trabajadores de la justicia, que han sido asesinados desde 1979. Un recuerdo por la dignidad de la Justicia. Por la que decide rectamente, como lo hizo.
De él escribió hace buen tiempo Rodrigo Uprimny Yepes: combinó un claro compromiso en la lucha contra la impunidad con una defensa muy robusta de las garantías para todo procesado.
En memoria, extensiva a su familia. ¡30 años de un magnicidio!
